DEL FRACASO Y OTROS ESPEJISMOS
Para mi hermano, con todo mi cariño.
Hay mañanas en las que el reto mayor del día es podernos sobreponer a la imagen que el espejo nos regresa. No tanto por las señales con las que el tiempo ha ido acusándonos de nuestros excesos (o a pesar de la gentileza con la que nos los recuerda, aunque nos los haya perdonado). Ni por las hipocresías y falsedades que sabemos escritas en el fondo de nuestras miradas. No, las mañanas a las que ahora me refiero son aquellas en las que el Salieri que algunos llevamos dentro nos saluda desde el plano virtual del universo zurdo del mercuro-cromo.
En esas mañanas salimos a la calle... no, debo decirlo en primera persona porque la verdad no sé si a ustedes les pase...
En esas mañanas salgo a la calle y la belleza del mundo se me hace insoportable. Son esas las mañanas en que la mano gris del fracaso me cubre los ojos enturbiándolo todo. Cuando me coloca sobre los hombros su pesado manto. Y de ida a las labores y los sinsabores del día, caminando sobre la alfombra amarilla con la que los árboles le pagan al invierno el áureo desacato del otoño, siento la presencia de Antonio a mi lado.
Va erguido y ya sin amargura porque ahora entiende que es inevitable. Que sólo puede haber un Mozart. Que por cada Mozart hay veinte puñados de Salieris. Que por cada Salieri hay millones de participantes. Por cada participante, millones de espectadores. Y por cada espectador... sólo el cruel creador sabe cuantos desinteresados haya.
Salieri sonríe, me toca el hombro y susurra al oído “no importa, nada importa, la vida es un chiste enorme... y ya que eres parte de el, disfrutalo”. *
Y eso trato de hacer.
El chiste es largo, complicado, la mayor parte del tiempo incomprensible y lo más seguro es que acabe siendo de muy mal gusto. Y por eso realmente no importa si nuestra parte es la del ganador, el patiño o la víctima. El éxito, visto sin envidia y de una distancia prudente, muy pronto evidencia su vacuidad, lo efímero de su brillo y, si somos honestos, su ridiculez. También el fracaso. Sobre todo cuando esos dos impostores (para citar a Kipling) se presentan en la forma de la fama, el estatus social, modas, tradiciones o, peor aún, cuentas bancarias. Y si alguna vez nos llega la tentación de vanagloriarnos, no debemos olvidar que no hay éxito que no se haya construido en los cimientos de derrotas ocultas, de fracasos secretos. Y que la mayoría de nuestros fracasos, además de ser la única fuente de sabiduría, traen consigo una abundancia de satisfacciones que sólo esperan que nos volvamos con humildad y las reconozcamos.
A fin de cuentas, y nos guste o no, somos parte del chiste. Aún si decidimos darle la espalda al mundo, nuestro desprecio es parte de la de la historia. Así que no queda más que participar, asumir nuestro papel, los muchos papeles que la entreverada trama, con sus inesperadas circunvoluciones, nos presenta a cada paso. Y lo más importante, ya sea que los elijamos o nos sean asignados, es que jugemos nuestros papeles a nuestra manera, y dando lo mejor de nosotros en cada momento. Si hay algún triunfo real, profundo, auténtico, tal vez sea ese.
Hace poco le preguntaron a un querido amigo mío si veía el vaso medio lleno o medio vacío. El contestó sin dudarlo: “a mí siempre me ha parecido 3/4 vacío”. Por mi parte, estoy feliz de que haya un vaso para empezar... ah, imagínense las posibildades...
* En realidad, eso me lo dijo mi padre, hace ya muchos años, en un tierno momento de intimidad. Y ahora que lo veo perderse en la neblina de la demencia, creo que empiezo a entender.
06.11.06
MA Gonzalez Zaragoza
Brighton, Inglaterra
Hay mañanas en las que el reto mayor del día es podernos sobreponer a la imagen que el espejo nos regresa. No tanto por las señales con las que el tiempo ha ido acusándonos de nuestros excesos (o a pesar de la gentileza con la que nos los recuerda, aunque nos los haya perdonado). Ni por las hipocresías y falsedades que sabemos escritas en el fondo de nuestras miradas. No, las mañanas a las que ahora me refiero son aquellas en las que el Salieri que algunos llevamos dentro nos saluda desde el plano virtual del universo zurdo del mercuro-cromo.
En esas mañanas salimos a la calle... no, debo decirlo en primera persona porque la verdad no sé si a ustedes les pase...
En esas mañanas salgo a la calle y la belleza del mundo se me hace insoportable. Son esas las mañanas en que la mano gris del fracaso me cubre los ojos enturbiándolo todo. Cuando me coloca sobre los hombros su pesado manto. Y de ida a las labores y los sinsabores del día, caminando sobre la alfombra amarilla con la que los árboles le pagan al invierno el áureo desacato del otoño, siento la presencia de Antonio a mi lado.
Va erguido y ya sin amargura porque ahora entiende que es inevitable. Que sólo puede haber un Mozart. Que por cada Mozart hay veinte puñados de Salieris. Que por cada Salieri hay millones de participantes. Por cada participante, millones de espectadores. Y por cada espectador... sólo el cruel creador sabe cuantos desinteresados haya.
Salieri sonríe, me toca el hombro y susurra al oído “no importa, nada importa, la vida es un chiste enorme... y ya que eres parte de el, disfrutalo”. *
Y eso trato de hacer.
El chiste es largo, complicado, la mayor parte del tiempo incomprensible y lo más seguro es que acabe siendo de muy mal gusto. Y por eso realmente no importa si nuestra parte es la del ganador, el patiño o la víctima. El éxito, visto sin envidia y de una distancia prudente, muy pronto evidencia su vacuidad, lo efímero de su brillo y, si somos honestos, su ridiculez. También el fracaso. Sobre todo cuando esos dos impostores (para citar a Kipling) se presentan en la forma de la fama, el estatus social, modas, tradiciones o, peor aún, cuentas bancarias. Y si alguna vez nos llega la tentación de vanagloriarnos, no debemos olvidar que no hay éxito que no se haya construido en los cimientos de derrotas ocultas, de fracasos secretos. Y que la mayoría de nuestros fracasos, además de ser la única fuente de sabiduría, traen consigo una abundancia de satisfacciones que sólo esperan que nos volvamos con humildad y las reconozcamos.
A fin de cuentas, y nos guste o no, somos parte del chiste. Aún si decidimos darle la espalda al mundo, nuestro desprecio es parte de la de la historia. Así que no queda más que participar, asumir nuestro papel, los muchos papeles que la entreverada trama, con sus inesperadas circunvoluciones, nos presenta a cada paso. Y lo más importante, ya sea que los elijamos o nos sean asignados, es que jugemos nuestros papeles a nuestra manera, y dando lo mejor de nosotros en cada momento. Si hay algún triunfo real, profundo, auténtico, tal vez sea ese.
Hace poco le preguntaron a un querido amigo mío si veía el vaso medio lleno o medio vacío. El contestó sin dudarlo: “a mí siempre me ha parecido 3/4 vacío”. Por mi parte, estoy feliz de que haya un vaso para empezar... ah, imagínense las posibildades...
* En realidad, eso me lo dijo mi padre, hace ya muchos años, en un tierno momento de intimidad. Y ahora que lo veo perderse en la neblina de la demencia, creo que empiezo a entender.
06.11.06
MA Gonzalez Zaragoza
Brighton, Inglaterra